“Los enamorados,
ya se sabe,
amparan y fomentan las inexactitudes mutuas,
son cómplices de ese malentendido perpetuo
que segrega la confesión del amor.
Se refugian en el fluir de un diálogo
nunca manchado por la realidad,
pero luego,
al llevar adelante cada uno el discurso por su cuenta
y
descubrir las propias carencias,
la mentira levantada entre ambos se hace mayor,
y
más perniciosos
los garfios
con que atrapa.
Pero nos gusta olvidar esas cosas.”
“Nubosidad variable”
Carmen Martín Gaite
Hace años, hace MUCHOS AÑOS, casi diría que la mitad de los que tengo, me enamoré de esta escritora precisamente por este libro. Lo leí a la vez que un amigo, incluso comentábamos por dónde íbamos y qué nos iba pareciendo la historia, que no era otra que el reencuentro de dos amigas de la adolescencia cuando ya están rondando la cincuentena. Una mujer que, se supone, renunció a su vida profesional por (¿)amor(¿), dedicándose a cuidar de su marido y sus hijos; y otra mujer que ha triunfado donde aquella fracasó, y fracasó donde aquella pareció triunfar.
A modo epistolar, te va narrando el caos en el que cada una de ellas está inmersa, y, si no vas con chaleco salvavidas, te terminan enganchando a ti y cayendo en esa misma espiral. No ha sido el caso, pero por poco. A veces me paso de empático y creo que el calor del verano ha hecho algo de mella en mi armadura; total, que ahí me tenéis a mí casi mirándome las canas en el espejo y viendo qué azulejos poner al baño.
Como ellas.
Si alguien conoce un poco la vida de la escritora, sabrá que estuvo casada con Lázaro Carreter (cagada por mi parte, solucionada gracias a un lector anónimo) Rafael Sánchez Ferlosio (la Reina de las Nieves y el ¿huevo sin sal?), que tuvieron una hija y que se divorciaron. Que esa hija murió (creo que en un accidente de coche) y que Carmen Martín Gaite cayó en una depresión que le costó años. Fue a raíz de “Caperucita en Manhattan” donde pareció levantar cabeza, pero estoy segurísimo (y más después de ver sus “Cuadernos de todo”) que fue “Nubosidad variable” su ejercicio de introspección y exorcismo.
Introspección y exorcismo.
Cuando vuelves a abrir las páginas de un libro, a veces te traen recuerdos de cuando lo leíste por primera vez. Te suena algún giro del argumento, un personaje, una acción. Pero cuando además ese libro te trae a la memoria momentos vividos (como una canción, o incluso una película) es cuando las letras se cargan con dedos envenenados.
Hay gente que se va quedando por el camino, y este amigo hace tiempo que desapareció. No fue una bomba, un estallido, si no el “pffffff” de un globo de helio que se desinfla. Globo que perdió el hielo porque alguien aflojó el nudo.
No me arrepiento de estar donde estoy, ni la elección que tomé (a día de hoy se ha visto demostrado cien mi llones de veces que fue la acertada), pero hasta me divierte, de una manera irónica, ver cómo lo que, con 16 o 18 años veías como algo inamovible, queda igual que un castillo de arena después de que la lluvia de esa “nubosidad variable” se lo lleve por delante.
[Canción recomendada: Esclarecidos "Qué Pasará Mañana" ]