“Y mientras seguíamos hablando de nuestros respectivos trabajos y viajes ante un Rafa cada vez más cordial y admirativo, yo me sentía como uno de aquellos trocitos de hielo que bailaban dentro de mi gin-tonic y me parecía imposible que Manolo no se diera cuenta de que en aquel momento necesitaba toda la marcha del mundo, porque me había quedado sin cuerda, como un juguete viejo que se puede tirar a la basura, él tenía la llave de mi marcha guardada en el bolsillo y bastaba con acertar a darle media vuelta.
Cualquier cosa habría servido, con tal que me llegara a calentar el corazón o los instintos, piropo, insulto, aullido, desafío, suspiro, reproche o hasta una bofetada, algo, en fin, que rasgara la niebla de los lugares comunes y me diera pie para replicarle, plantarle cara y resucitar de aquella rara inopia, para soltar el freno que impedía buscar sus ojos y preguntarle si se acordaba de aquello del pozo y de la sed y de la tea ardiendo, que, si no, me iba a volver loca, me iba a creer que lo había inventado y sola como la carta al cliente de la 204, por favor, era vital que me lo dijera, porque sin el concurso de aquel ajeno recordar, me perdía en el mío como en un sueño laberíntico del que te despiertas aterida.”
“Nubosidad variable”
Carmen Martín Gaite
He vuelto. O eso quiero creer.
Ahora, casi a finales de agosto, después de estar casi todo el verano en stand by, pero este libro me ha dejado más k.o. de lo que pensaba.
Pd: La ilustración es de Miguel Panadero.
[Canción recomendada: Fuel Fandando "The Engine" ]
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