domingo, septiembre 18, 2011

636. La última vez que vi Lisboa (IV): Cousteau y demás familia toman sorbetes de lechuga

 


Resaca. Esa fiel compañera que mejor preferirías no haber conocido nunca. Y conforme te haces mayor, ella se vuelve más gorda. La amiga pesada con la que quedas muy de vez en cuando pero el café que te tomas con ella se hace interminable.

Así me levanté el sábado. Un sábado que habíamos decidido ir a la playa, a Caparica, pero como no era nuestro viaje amaneció nublado. Ea, a patear la ciudad. Y ver lo fotogénico que sigue siendo el Parlamento a pesar del mal tiempo.

Estuvimos buscando un restaurante donde hacían un brunch que nos habían recomendado, pero justo al llegar a la puerta, Mi Santo cambió de opinión y terminamos yendo al nepalí donde tantas noches cenamos hace casi ya tres años. Nepalí con un comedor de 20 metros cuadrados y al que había que ir con reserva... Esta vez no, y sin problemas. La crisis que no permite a la gente darse muchos caprichos, por lo visto. (Todo sea dicho, el anterior maître nos preguntaba siempre en la puerta si habíamos hecho reserva, para cerrárnosla en la cara y luego abrir... cuando el salón estaba vacío. Esta vez, la puerta nos la encontramos abierta y por poco nos agarran del cuello para que no nos fuéramos sin pasar.)

 

Rezando con que no se rompiera ninguno de los cristales que nos iban a separar del agua salada -diréis que soy un exagerado pero viendo el cariz del viaje, yo ya no ponía la mano en el fuego; entre otras cosas porque no iban los del apartamento, ejem- acabamos en el Oceanario.

Precioso, monísimo, apabullante. Con sus tiburones, sus mantas, sus pingüinos, sus nutrias... Sus entradas a 12 €... Y sus familias. Portuguesas, españolas y allende los Pirineos. De ésta, me compro un táser para Navidades en vez del iPhone, y una buena navaja albaceteña para cercenar gargantas infantiles y gónadas a heteros con ansias de reproducción... Aunque, ¿qué esperaba para un sábado tarde?

 

Al llegar a casa, decidimos tomarnos una ensalada y otra sopa... Ajá, sí, ok... La sopa puede, la ensalada a lo mejor no porque el frigorífico decidió funcionar en modo congelador esa semana y lo que teníamos era un surtido de sorbetes de lechuga, canónigos y rúcula para estar chupando y sacarle algo de sabor. Mientras, en la tele, un programa del estilo de Jose Luis Moreno para elegir las "siete maravillas gastronómicas de Portugal"... Todos iguales.

Nada, a ahogar nuestras penas en el TR3S y en el Wooflx, o como tener delante a todo el catálogo luso del Bear. Y a casa después de desahogarme criticando por criticar todo lo criticable.


[Canción recomendada: Fangoria "La pequeña edad de hielo"]

2 comentarios:

Sufur dijo...

Me han encantado las metáforas de la resaca. ¡Es usted un poeta!

Y no hay nada mejor ni más hispano que refunfuñar en el extranjero.

Sr_Skyzos dijo...

Poeta del "Casón Histórico". Esta vez me quejé con razón, llevo mucho viajado y suelo ser bastante permisivo.